“Afuera llovía muchísimo. Martina tenía miedo, había llegado la noche… Cuando salía la luna, Martina sabía que la mandarían a la cama. Luego sus padres se irían a su habitación y se dormirían, hasta el ruido de la televisión se callaría y comenzarían los ronquidos de sus padres. Nadie, menos ella, escuchaba al monstruo”.

Así comienza el cuento “Yo mataré monstruos por ti”, en el que la protagonista sufría todas las noches un miedo atroz y profundo a que un monstruo la cogiera de los pies y la llevase al mundo de los monstruos, ese que se sitúa debajo de la cama. Un reflejo de nuestra realidad y de nuestros miedos, que nos siguen atenazando a pesar de no ser ya niños pequeños.

Este es un cuento imaginario que nos hace recordad algunas noches de nuestra infancia en las que nos costaba conciliar el sueño e imaginábamos que un monstruo estaba debajo de nuestra cama y nos cogía por los pies para llevarnos a su mundo. Un monstruo imaginario, pero nada diferente a la realidad en la que vivimos de adultos, en la que todos tenemos un mundo particular de monstruos (miedos irracionales) que con mayor o menor intensidad alimentamos y le damos poder para que tomen las riendas de nuestras vidas, bloqueándonos en ocasiones, y paralizando nuestros caminos para llegar hasta nuestros deseos.

Independientemente de la edad que tengamos, seamos niños, adolescentes, jóvenes o adultos, tenemos el poder y la responsabilidad de mantener la inocencia y la curiosidad en todos los aspectos de nuestra vida, solo de este modo, podremos transitar lo desconocido para llegar a alcanzar todas nuestras metas. Recorrer este camino requiere ir libre de juicios y saber que los monstruos que habitan en nuestra mente no son más que una imagen de nosotros mismos, de nuestros miedos y angustias.

¿Qué sucedería si se rompe la frontera entre nuestra realidad y nuestros miedos? Si realmente esos monstruos pudiesen salir de debajo de la cama y cogernos por los pies….

Lo que sucedería es lo que le sucedió a Martina. Ella se permitió sentir su miedo, sentir su vulnerabilidad y trascender de la mejor forma posible, con valentía, reconociendo su monstruo, cogiéndolo de la mano y atravesando su camino con confianza plena, estando iluminada con su propia luz.

Parece fácil pero llegados a este punto y una vez que hemos manifestado nuestras metas, ¿cómo podemos hacer para no morir de miedo al enfrentarnos a nuestros monstruos?

– Entender que todo miedo que se nos presenta es una oportunidad para sentir la emoción opuesta, el amor, y concretamente el amor hacía nosotros mismos.

– Comprender que cualquier miedo es energía fragmentada de nuestro ser. Esta energía es una consecuencia del deseo de que ocurra algo contrapuesto al temor de que eso mismo suceda. Energía fragmentada que nos hace desistir de realizar nuevos proyectos en nuestras vidas por la inseguridad, incertidumbre de lo desconocido, lo que se conoce en Coaching como Zona de Pánico. Estos miedos nos bloquean en muchas ocasiones para probarnos y demostrarnos que podemos dar la mejor versión de nosotros mismos y observar cómo los resultados de superar esa zona de pánico pueden acercarnos cada vez más a nuestras metas.

-Imaginarnos nuestros miedos como si fueran un chicle y nosotros cada vez más grandes, hasta que llegue un momento en el que desde nuestra perspectiva ese chicle (miedo) sea tan insignificante que desaparezca.

A modo de conclusión, podemos extraer como aprendizaje de este cuento, que la emoción del miedo nos beneficia en cuanto a que nos puede servir de herramienta para conocernos, y para preservarnos de cualquier peligro para nuestra vida ubicada en la Zona de Confort. Por otra parte, no transitar nuestra zona de pánico también nos perjudica porque nos impide vivir desde nuestra excelencia, integridad y plenitud.

Así que la próxima vez que sientas miedo, párate, mírate interiormente, escúchate y siente qué desea decirte tu monstruo que no quieres aceptar. Ámate profundamente, cógelo de la mano y con este amor profundo transita tu camino.